Llega el que es para mí el punto central, aunque no lo sea para Joseph Campbell. La Apostasis. En el libro de Joseph Campbell lo llama Apotheosis, o sea, apoteosis, que es, según la RAE:
Apoteosis
Del lat. tardío apotheōsis, y este del gr. ἀποθέωσις apothéōsis 'deificación'.
1. f. Ensalzamiento de una persona con grandes honores o alabanzas.
2. f. Manifestación de gran entusiasmo en algún momento de una celebración o acto colectivo.
3. f. En el mundo clásico, concesión de la dignidad de dioses a los héroes.


Por otra parte, la Apostasía la define la RAE como la acción de apostatar, que es “abandonar públicamente su religión”, lo cual parece ser lo contrario de lo que “apoteosis” quiere decirnos. En la descripción que yo manejo, en inglés, en la fase Apostasis dice (según traducción del ingés mía): “Cuando se produce la muerte física de alguien, o cuando muere el yo para vivir en el espíritu, él o ella van más allá de los pares de opuestos a un estado de conocimiento, amor, compasión y bendición divinas”.
Pero, y para terminar de liarlo, Apóstasis en terminología médica es o bien “Colección de pus formada en un punto distinto del de la inflamación y que comúnmente se llama absceso por congestión”, y, etimológicamente, “término de una enfermedad”, todo según fuentes de internet, sin estar demasiado cotejadas (no es el objeto de este trabajo la exactitud).
Así pues, ¿qué es esta “apóstasis”? La opción que he elegido es un híbrido, pero sobre todo tiene que ver con la muerte y la sustitución de la personalidad. Ese momento en que quizá al héroe (hombre o mujer) lo hayan ascendido a condición divina, pero que en el héroe produce una transformación en otra cosa, que aún nadie sabe lo que es.
Para ello, creo que uno de los textos más brillantes sobre la muerte es la Elegía de Miguen Hernández. Pero no quería transcribirla, solo citarla. Y para ello me he basado en el primer terceto de la Elegía para componer al nuevo personaje que nace de la “memoria” del que ha muerto, y que a partir de ahora será protagonista.
Pero antes tiene que pasar por la fase del ultimate boon, la “bendición final”, que he querido comparar a un teseracto (hipercubo, cubo en cuatro dimensiones) de un cuarto oscuro. Esto tiene que ser ese momento final al que todos nos enfrentaremos, en el que no se ve nada de lo que hay delante (ni en el espacio ni en el tiempo) ni nada de lo que estuviera detrás tiene ya ninguna importancia y, por lo tanto queda oscuro también; la reducción a la mínima partícula de materia en la que nada importa y solo hay silencio.
Personalmente no tengo ninguna prisa por llegar a este punto. Por eso lo he vestido de otra manera, mucho más poético y onírico, menos terrorífico.
Básicamente, este es el punto de inflexión de este disco. “El que se fue” ya ha llegado, y ahora nace “el que vuelve”, y todavía él mismo no sabe en qué se ha convertido.